A fines del siglo 19 en Nueva Zelanda existió una mujer llamada Minnie Dean. Era, en apariencia, un alma solidaria que adoptaba niños y niñas que otras familias no querían. Pero varias muertes de bebés sucedieron en su residencia The Larches. Aunque siempre gritó su inocencia, la comunidad la despreció, los jueces la condenaron y un verdugo la ahorcó. Es la única mujer en ese país condenada a pena de muerte.
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Por Fernando del Rio
El guardia ferroviario James Kay levantó la gorra y se rascó la parte calva de su cabeza en señal de confusión. ¿Esa mujer tan coqueta que se alejaba por el andén había subido al tren con un bebé?, ¿cómo era posible que ya no lo llevara consigo?, pensó. Instantáneamente, sintió la necesidad de comunicar esto a la policía porque tuvo la innegociable convicción de que a ese niño algo le había sucedido. Se esforzó por recordar de forma fiel la fisonomía de la mujer y alertó a los agentes de la estación con la descripción. Ese acto simple de responsabilidad, de buen observador, de servidor público, habría de impulsar tal vez la leyenda más grande de la historia criminal de Nueva Zelanda, además de llevar a la horca por primera y única vez a una mujer: a la misteriosa Minnie Dean.
Era la tarde del 3 de mayo de 1895 cuando la perspicaz mirada del guardia descubrió el hilo de una madeja que ocultaba algo más que aquello que despertaba su intriga. Esa mujer, cuya identidad aún se desconocía, se esfumó llevando una caja de sombreros y un paquete (algo grande) de flores antes de abordar el tren que seguía su ruta hasta Matura y de allí a Winton. Sin embargo, la policía ya había tomado adecuada nota, acostumbrada a oír rumores sobre matronas que desaparecían a los bebés adoptados. Y entonces empezó a investigar durante las horas posteriores qué tan cierto era aquello narrado por James Kay.
Acabado el día la preocupación por la denuncia del guardia había adquirido mayor prevalencia y los agentes quisieron, casi como un desafío personal o de orgullo para la repartición, saber más. Necesitaban saber más y desplegaron para ello una batalla contra el tiempo, con los recursos que tenían y que podían, en el mejor de los casos, darles una respuesta recién en los días siguientes. Cuando el 9 de mayo allanaron la finca The Larches, a las afueras de Winton, entendieron que todo el esfuerzo había valido la pena. Allí estaba Minnie Dean, esa mujer misteriosa de la caja de sombreros y el paquete de flores que el guardia había visto desaparecer en el andén días atrás. En el jardín de su propiedad estaban enterrados los cadáveres de tres niños.
El viaje final
Cuatro días antes de que el guardia la viera, Minnie Dean había iniciado uno de sus frecuentes viajes en busca de niños. Era su manera de ganarse la vida. Se había dirigido a Bluff, al sur de Winton, para recoger a Dorothy Carter y había retornado a The Larches tras comprar una botella de láudano. Este producto, un potente derivado del opio, se utilizaba en pequeñas dosis para calmar a los bebés. Una matrona, con varios niños en su casa, lo tenía como un aliado perfecto.
Había vuelto a Winton con la nueva integrante de su “familia” y, como era muy pequeña, no quiso dejarla sola al viajar hacia Clarenston dos días después para hacerse de Eva Hornsby. Ese día 2 de mayo, Minnie Dean salió de Winton con la niña Dorothy y la caja de sombreros de hojalata negra que pesaba, vacía, casi un kilo y medio. Minnie Dean, contra cualquier incomodidad, solía llevar este accesorio en sus viajes en tren ya que el ajetreo de las vías y las siempre inestables condiciones climáticas en Nueva Zelanda lo requerían. Además, necesitaba mostrarse bien vestida, con buenos y elegantes atuendos para ganar la atención de quienes iban a entregarle a los bebés a su cuidado. En la segunda mitad del siglo 19 era frecuente que familias avergonzadas por algún embarazo no deseado o simplemente por verse impedidas a criar un nuevo descendiente buscaran matronas como Minnie Dean.
Minnie Dean, la matrona de la muerte.
El día anterior a que se la cruzara el guardia, Minnie Dean, de 50 años, subió al tren en Winton con la pequeña Dorothy Carter en un brazo y la cilíndrica caja de sombrero en la otra. El plan era dirigirse a Milburn para recoger a Eva. Al llegar a un pueblo para cambiar de tren, Minnie Dean ya no cargaba a Dorothy y se la vio bajar solo con la caja de sombrero. El láudano había hecho demasiado efecto frente a los llantos de la bebé y Minnie Dean, en la desesperación de verla muerta, la metió dentro de la caja. Quienes la observaron a esa mujer en el andén de Lumdsen no sospecharon nada raro, aunque notaron un esfuerzo en Minnie Dean para alzar la sombrerera.
El viaje continuó en una aparente normalidad hacia Milburn donde finalmente Minnie Dean se encontró con la mujer que le entregaría a Eva Hornsby, de un mes de vida, a cambio de 10 libras. Como a la pequeña había que ir a buscarla a Clarendon, la matrona Minnie Dean decidió dejar en el depósito de Milburn la caja de sombreros con Dorothy en su interior. Nada revelaba su rostro bondadoso ni mucho menos sus apagados nervios, acaso acostumbrada a convivir con la muerte. Para ella la muerte era parte de la propia vida, a diferencia de mucha gente que solo la visualizaba al final del camino.
Minnie Dean siguió con la mujer a Clarendon dejó que sucediera el ritual de la despedida -los entregadores caían en una compunción que algunas veces, de tan fingida, causaba sonrojo-, y tomó el tren de regreso con Eva en sus brazos. El estruendoso trepidar de los vagones hizo del llanto de la pequeña Eva un murmullo para los demás, pero no para Minnie Dean, quien buscó calmarla arropándola, cubriéndola con una manta. A la otra niña, a Dorothy, en el viaje de ida ante la misma situación le había suministrado láudano. Demasiado láudano.
Tras recoger la caja de sombreros en Milburn se dirigió a Matura con Eva en brazos aún, pero al descender ya solo tenía la sombrerera y el gran paquete de flores. Fue en ese momento que el guardia ferroviaria James Kay la cruzó en su camino. La había visto en el inicio del viaje con una bebé que ahora había desaparecido. En verdad, Minnie Dean había asfixiado a Eva con las mantas y con el cadáver hizo un paquete, del que dejó sobresalir algunas flores. Eso fue lo que vio el guardia.
Minnie Dean durmió en Matura y regresó a Winton. Lo primero que hizo al entrar en The Larches fue cavar dos pozos en el jardín. Sobre la tierra removida que cubría el cadáver de Eva sembró las flores del paquete.
Sospechosa
Muchos años antes de que fuera encarcelada por las muertes de Eva Hornsby y Dorothy Carter, Minnie Dean ya era una experimentada “farmer baby” o criadora de bebés en el pequeño poblado de Winton. Su humilde residencia llamada “The Larches” era donde, junto a su esposo Charles Dean, daba cobijo, alimento y relativa educación a los niños que llegaban a ella por el deseo de la familia de las jóvenes madres de quitárselos de encima. Una mala situación económica había llevado a Minnie Dean a dedicarse a esa actividad por medio de avisos en The Southland Times: “Se busca, por una respetable y casada mujer, sin hijos, un bebé para cuidar o dos o tres chicos o un bebe para adoptar. Un hogar minuciosamente confortable en el país. Términos muy moderados. Enviar cartas dirigidas a B.D. en la oficina postal”.
En octubre de 1889, un bebé de seis meses murió por convulsiones en The Larches y solo ocho meses después otro bebé de seis semanas de vida corrió la misma suerte al cuidado de Minnie Dean. Entonces la policía decidió investigarla. Aun cuando no tenía responsabilidad en las muertes (por esos años la mortalidad infantil en Nueva Zelanda era elevada) la comunidad de Winton empezó a mirar a Minnie Dean con animosidad y prejuicio, percepción que se profundizó cuando en 1891 otro bebé murió en The Larches. La causa de la muerte fue la inflamación de las válvulas cardíacas y congestión de los pulmones. Las autoridades le pidieron que mejorara las condiciones y que redujera el número de niños.
De todos modos, las sospechas de que fuera una matrona con malos tratos se habían esparcido con velocidad, alimentadas por los rumores que llegaban del extranjero y que sostenían que en Inglaterra y en Australia algunas “farmers baby” mataban por dinero a los niños.
Los policías que investigaron lo que ocurría dentro de The Larches solo hallaron niños en buen estado y, principalmente, felices. Pese a que no hubo más muertes allí, la reputación de Minnie Dean ya había quedado manchada antes de ingresar a la década del 90, por lo cual tuvo que recurrir a falsos nombres para promocionarse. Incluso cuando se hizo obligatorio un registro, a ella no le fue permitido enlistarse, pese a lo cual siguió adoptando menores. Eso sí, se transformó en una matrona furtiva, que actuaba casi en la clandestinidad. Por eso le molestaba que los bebés lloraran en el tren, para no llamar la atención.
Una historia de muerte
Tras la denuncia del guardia de ferrocarril, la policía estaba algo desorientada. En verdad, tenía una descripción de la matrona, pero no mucho más. Se ocupó en investigar en dos líneas distintas: por un lado, intentó identificar a las familias que podían haber entregado un bebé entre el 2 y el 3 de mayo, y, por el otro, avanzar sobre la matrona.
Lo primero que se logró fue localizar a la abuela de Eva Hornsby y casi por decantación natural se colocó como sospechosa a Minnie Dean. El 9 de mayo de 1895 la abuela de Eva Hornsby fue llevada a The Larches, donde reconoció a Minnie Dean, pero no encontró a su nieta. Solo descubrió una prenda de vestir que aseguró que le pertenecía. De inmediato se ordenó una búsqueda por toda la propiedad para dar con la bebé Eva y al notar tierra removida, los policías decidieron excavar. Fue entonces cuando hallaron no solo el cuerpo de Eva Hornsby sino también el de Dorothy Carter y un esqueleto de otro niño, más tarde identificado como Willie Phelan.
Momento de la excavación en The Larches.
Minnie y Charles Dean quedaron detenidos y enviados a la cárcel de Dunedin. El hombre fue liberado unos días después, mientras Minnie Dean, que clamaba su inocencia y aseguraba jamás ser capaz de hacer daño a un niño, se transformaba en el centro de atención del joven país. La sociedad entera pasó a odiarla y pedir que fuera ella la primera mujer a la que se le aplicara la pena de muerte. Que su destino no podía ser otro mejor que el de la horca.
Durante el juicio, que se celebró desde el 18 de junio de 1895 en Invercargill, Williamina McCulloch Dean fue expuesta como un fenómeno a eliminar. Se la hacía caminar desde la estación de trenes hasta la corte y recibía el abucheo de personas convencidas de que era un monstruo. Su abogado habló de negligencia en el peor de los casos, pero a la vez que había cuidado 26 niños en los anteriores seis años. Incluso que en el momento del allanamiento a The Larches, había seis menores en perfecto estado viviendo allí. Es cierto, seis niños habían muerto, otros tres estaban desaparecidos pero el resto creció en medio del amor familiar que le habían negado. Sin embargo, nada torció la idea de los jueces, respaldados en el clamor social.
Al cabo de cuatro jornadas, el 21 de junio Minnie Dean fue declarada culpable y condenada a muerte. Tom Long fue el verdugo que en el cruce de las calles Spey y Leven, en la misma Invercargill se dispuso a jalar de la panca para que el piso móvil se abriera y el cuerpo pesado de Minnie Dean quedara colgado. Antes de morir no clamó por su inocencia, porque eso ya lo había hecho en el proceso judicial. Lo que sí le pidió a su dios que no le permitiera sufrir.
Minnie Dean, así, se convirtió en la primera y única mujer en toda la historia de Nueva Zelanda en recibir la pena capital y su cadáver fue sepultado en el hoy conocido como Old Cemetery (viejo cementerio), muy cerca de The Larches. Su vida fue una leyenda, pero su muerte pasó a serlo también. Se decía que alrededor de su tumba nunca más crecería el césped. Años después su esposo fue enterrado sobre ella y, en verdad, el césped no creció. Su tumba no fue señalizada en un mensaje para el olvido de un ser que una parte de la sociedad consideraba despreciable.
Lápida en la tumba de Minnie y Charles Dean.
Sin embargo, el 30 de enero de 2009 en la tumba de Minnie y Charles Dean apareció misteriosamente una placa que decía: “Minnie Dean es parte de la historia de Winton. Donde ahora miente ya no es ningún misterio”. Menos de un mes después, un sobrino bisnieto hizo poner una lápida como parte de un recuerdo familiar y que se mantiene hasta el día de hoy. Miles de turistas la visitan para leer el epitafio simple y sencillo: “A la memoria de Charles Dean y su esposa Williamina McCulloch. Que en paz descansen”.
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